
El gobierno nacional atravesó 2025 sostenido por un apoyo social que nunca fue entusiasmo. Fue un acompañamiento prudente, condicionado, casi doméstico. Se votó con la nariz tapada y se gobernó con la sociedad mirando de reojo. Como quien renueva votos matrimoniales no por amor renovado, sino por miedo a un divorcio peor.
«La bronca no estalló. Se acumuló.»
Nosotros nos quedamos con la esperanza, ellos con los hechos – Por Diego ApaEse contrato implícito funcionó, pero no sin costos. Porque cuando el respaldo no nace de la convicción sino de la resignación, el margen de error se achica. Y cada ajuste, cada recorte, cada explicación técnica que no dialoga con la vida cotidiana, va llenando un vaso que no se vacía con discursos.
La bronca no estalló. Se acumuló.
Como el agua que sube milímetro a milímetro sin hacer ruido.
Como el malestar que no se grita, pero se anota.
El oficialismo administró ese equilibrio inestable confiando en que la falta de alternativas le garantizaba tiempo. Pero gobernar solo por descarte es una apuesta riesgosa: el descarte también cansa. Y cuando el cansancio se vuelve hábito, deja de ser pasivo.
Del otro lado, la oposición confirmó su crisis de representatividad. No logró leer el momento histórico ni ofrecer una salida que no sonara a pasado reciclado. Osciló entre lo viejo que no termina de irse y lo nuevo que todavía no se anima a nacer. Mucha disputa interna, poco proyecto común. Mucha palabra, poco arraigo.
Así, el 2025 dejó una escena inquietante: un gobierno sostenido más por la ausencia de alternativas que por adhesión real, y una oposición incapaz de canalizar un descontento que crece sin bandera. En el medio, una sociedad que aguanta, observa y toma nota.
Porque el vaso no está vacío.
Y tampoco está desbordado.
Pero ya casi no entra nada más.
Luis Armesto



